Un sillón de terciopelo verde, un hombre que lee una novela, un ventanal que da al bosque de robles, una amenaza, un relato dentro de otro que se multiplica hasta el infinito. Nos pareció una buena metáfora, un buen nombre para un taller de lectura. Además de un homenaje a Cortázar y a su magnifico cuento "Continuidad de los parques". Así que recostémonos en este cómodo sillón y comencemos nuestra tarea placentera libro en mano.

Fragmento de ANTIGONA de Jean Anouilh




“(...) se extiende junto a Antígona, besándola en medio de un inmenso charco rojo.

Creón (entra con su paje) Los hice acostar, por fin, uno junto al otro! ahora están limpios, descansados. Están sólo un poco pálidos, pero tan tranquilos. Dos amantes después de la primera noche. Ellos han terminado.

El coro: Tú no, Creón. Todavía te queda algo por saber. Eurídice, la reina, tu mujer...

Creón: Una buena mujer que siempre habla de su jardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus eternos tejidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesidad de prendas tejidas que tienen los pobres. Parecería que sólo necesitan prendas tejidas...

El coro: Los pobres de Tebas tendrán frío este invierno, Creón. Al enterarse de la muerte de tu hijo, la reina dejó las agujas juiciosamente, después de terminar la vuelta, pausadamente, como todo lo que hace, tal vez con un poco más de tranquilidad que de costumbre. Y después pasó a su cuarto, a su cuarto con olor a lavanda, con carpetitas bordadas y marcos de felpa, para cortarse la garganta, Creón. (...)

Creón: Ella también. Todos duermen. Está bien. La jornada ha sido ruda. (Una pausa. Dice sordamente). Ha de ser bueno dormir.

El coro: Y ahora estás completamente solo, Creón.

Creón: Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoya la mano en el hombro del paje) Pequeño...

El paje: Señor?

Creón: voy a decírtelo a ti. Los otros no saben; uno está aquí delante de la tarea, y no puede cruzarse de brazos. Dicen que es una cochina faena, pero si uno no la hace, ¿quién la hará?

El paje: No sé, señor.

Creón: Claro está, no lo sabes, ¡Tienes suerte! No habría que saber nunca. Se tarda llegar a grande, verdad?

El paje: Oh, sí, señor!

Creón: Estás loco, pequeño. No habría que llegar nunca a grande. (Se oye la hora a lo lejos, murmura.) Las cinco. Qué tenemos hoy a las cinco?

El paje: Consejo, señor.

Creón: Bueno, pues si tenemos consejo, pequeño, podemos ir andando.

(Salen, Creón apoyándose en El paje)

El coro (se adelanta): Y es así. Sin la pequeña Antígona, es cierto, todos hubieran estado muy tranquilos. Pero ahora se acabó. A pesar de todo, están tranquilos. Todos los que tenían que morir han muerto. Los que creían una cosa, y los que creían lo contrario, y aún los que no creían en nada y se vieron envueltos en el asunto sin comprender nada. Muertos parecidos, todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y los que viven todavía comenzarán despacito a olvidarlos y a confundir sus nombres. Se acabó. Antígona está calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre. Su deber le ha sido perdonado. Un gran sosiego triste cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío donde Creón empezará a esperar la muerte. (Mientras hablaba, los guardias han entrado. Se instalan en un banco, con la botella de vino tinto al lado, el sombrero hacia atrás, y empiezan una partida de cartas.) No queda más que los guardias. A ellos todo esto les da lo mismo, no es harina de su costal. Continúan jugando a las cartas...

(El telón cae rápidamente mientras los guardias tiran triunfos.)

Selección y lectura: Mary Tramontín

Leopoldo Marechal, Antígona Vélez. Fragmento seleccionado


Leopoldo Marechal: Antígona Vélez


Antígona – El hombre que ahora me condena es duro porque tiene razón. Él quiere ganar este desierto para las novilladas gordas y los trigos maduros; para que el hombre y la mujer, un día, puedan dormir aquí sus noches enteras; para que los niños jueguen sin sobresalto en la llanura. ¡Y eso es cubrir de flores el desierto! (Mira, desolada, su atuendo varonil). Ahora me viste de hombre y está ensillando su mejor alazán, y me prepara esta muerte fácil.

Mujeres - ¡Niña es tu verdugo!

Antígona - ¡No! Todo lo ha ordenado él así porque anda sabiendo.

Mujer 1º - ¿Qué sabe, para ordenar una muerte sin culpa?

Antígona - ¡Él quiere poblar de flores el sur! Y sabe que Antígona Vélez, muerta en un alazán ensangrentado, podría ser la primera flor del jardín que busca. Eso es lo que anda sabiendo él, y lo que yo supe anoche, cuando le tiré a Ignacio Vélez la última palada de tierra y subí cantando a esta loma. ¡Era la piedad, y también el orgullo de los Vélez! Mi padre murió en la costa del Salado, y fue su orgullo el que midió veinte sables contra doscientas lanzas indias. ¡Ayer, a la medianoche, lo supe y canté! Oigan mujeres: yo debí morir anoche. Si yo hubiese muerto anoche, mi padre hubiera salido a recibirme, allá, en el bajo: él y sus veinte sables rotos. ¡Ahora no saldrá! 

Lectura y selección: Mara Unía