Un sillón de terciopelo verde, un hombre que lee una novela, un ventanal que da al bosque de robles, una amenaza, un relato dentro de otro que se multiplica hasta el infinito. Nos pareció una buena metáfora, un buen nombre para un taller de lectura. Además de un homenaje a Cortázar y a su magnifico cuento "Continuidad de los parques". Así que recostémonos en este cómodo sillón y comencemos nuestra tarea placentera libro en mano.

Entrevista a Ana María Bovo

Ana María Bovo y su novela Rosas colombianas


El inicio de esta conversación, a propósito de la novela, es un recuerdo, una anécdota: una entrevista en un programa de radio Caracol. Le preguntaron qué pondría en un cofrecito que se abriera dentro de cien años y optó por pétalos de rosa y granos de café, aromas que exhala la tierra de Colombia. Del otro lado, agradecieron una percepción tan poética de un país al que no conocía. Así, la autora del libro Rosas colombianas.

- Se sorprendieron en la radio colombiana…

- Me pareció… dije que sabía que las rosas colombianas nacían a 1.500 metros de altura, en las laderas de Medellín, y quedaron impactados. Creo que sus rosas son tan lindas porque la brisa pura de la altura las embellece. Después de la devaluación ya no podía comprar la variedad de rosas colombianas que me gustan, pero ahora que mi economía mejoró un poco he vuelto a hacerlo, no todas las semanas como antes, pero sí una vez al mes. Tienen una conducta estupenda porque son buenos pimpollos, saben madurar y envejecer con dignidad, como una buena metáfora de lo que sería una existencia ideal para cualquier persona.

- ¿Está hablando Ana María, la autora de la novela, o Inés, su protagonista?

- Me conmueve un poco la pregunta. Hay una mezcla. Yo le he prestado a Inés mucho de mi propia mirada sobre las cosas; y le he prestado también mi pasión por la telenovela Café con aroma de mujer. Lamentablemente me perdí los primeros capítulos pero llegué a tiempo para enamorarme de los personajes. También le presté a Inés mi pasión por las rosas y  ella me devolvió nuevos recuerdos porque le pasaron cosas que no me ocurrieron a mí, y eso me permitió apropiarme de otros hechos, inventar acontecimientos que han enriquecido mi vida. Por ejemplo, se me ocurrió una situación: dos jovencitas muy particulares que viven en el Kavanagh y deben mudarse a un edificio más modesto. Dudé bastante hasta que lo decidí. Ahora, cuando paso por la plaza San Martín, pienso: “Ahí vivían Clarisa y Catherine”; la ficción amplió mi experiencia.

- Pasó de narradora oral de historias a novelista. ¿Siente que una cosa enriquece a la otra? ¿Qué le agregó el libro al oficio de contar cuentos y a los menesteres de su tarea docente?

- Escribir me sirvió mucho porque en el proceso de construcción de la novela repetí muchos de mis hábitos de narradora oral. El primer paso es contarme las cosas a mí misma. Como dice la escritora española Carmen Martín Gaite, autora del ensayo El cuento de nunca acabar, soy mi primera espectadora, veo cómo me tintinean las cosas, cuán verosímiles me resultan pese a provenir de la ficción; cómo suenan esas voces, la propia y las ajenas, y luego acuño las frases en la cabeza. Cuando trabajo como narradora oral, muy raramente transcribo la adaptación de un texto al papel; está todo en mi cabeza. Pero ahora tenía que escribir, tenía que demostrar a la editorial que tenía una novela por fuera de la cabeza. Entonces me senté al lado de Lourdes, mi colaboradora, que escribe divinamente sobre el teclado, como una pianista -yo soy una analfabeta informática- y le fui contando la historia en voz alta. Después imprimía y empezaba a corregir para dar al texto entidad literaria, la sintaxis propia de la literatura, pero sin perder una fuerte impronta coloquial. Me interesaba que la voz de Inés fuera de mirada aguda pero, a la vez, muy simple. La crítica Cecilia Absatz sostiene que “la sencillez es algo que no brota sino que hay que alcanzar”, y me sentí muy halagada cuando me dijo que yo lo había conseguido. Trabajé mucho en la elaboración de una mirada austera que otorgara significado a los actos de la experiencia de cada personaje. A veces se actúa sin demasiada conciencia de lo que producen las ondas expansivas de los silencios, de los estallidos. Traté de trabajar una poética de los acontecimientos que, a través de lo que hacen los personajes, pueda exhalar la fragancia o el hedor de sus conciencias. Para el personaje de Pascuala, en vez de hablar o reflexionar sobre la avaricia, preferí mostrar en qué actos cotidianos se mostraba su vicio, por ejemplo: cuando no quiere gastar dinero para que el albañil abra una ventana para que pase el cajón cuando se muera. Creo que es más elocuente que cualquier concepto elaborado sobre la avaricia. Quizás, si yo fuera una pluma privilegiada, podría dar cuenta de eso con muchísima poesía. Pero me parece que los acontecimientos tienen en sí mismos poesía; y un personaje puede narrarse a sí mismo a través de lo que hace, a través del acontecer.

- Pascuala es la avaricia. ¿Inés qué sería?

- Inés es una espectadora ávida, muy curiosa, que se narra a sí misma a través de los demás personajes. Llega un momento en que ella, aunque es la protagonista, entre comillas, y la narradora, delega lo propio en personajes aparentemente secundarios. Como en Nino, el plomero al que acompaña a Italia; su prima Elena; sus tías andaluzas. Ella se nutre de ellos, se espanta, se conmueve, se enamora de esos personajes secundarios que pasan a ser protagónicos en su vida, en la búsqueda de una nueva identidad. A partir de su divorcio repasa pasado y presente; conserva la ilusión de los finales felices de las telenovelas pero, insisto, elige narrarse a través de otros.

- Leyendo su novela se percibe esa alcanzada sencillez a la que se hacía mención antes, y se advierte que hay oficio de narradora. Curioso cuando usted juega con su identidad provinciana y el empleo o ubicación de las palabras que connotan socialmente a una persona. Una combinación entre lo propio de la escritura y todo lo que proviene de su experiencia como narradora oral.

- Claro. Un narrador oral tiene que observar y escuchar mucho, sólo se puede empezar a hablar a partir de un acopio de historias, una especie de reserva de muchas voces, para luego poder dar cuenta de ellas y que suenen verosímiles, que tengan hondura. Cuando un narrador asume el protagonismo absoluto no puede dar lugar a los otros personajes, lo impregna todo. Una buena narradora oral tiene que propiciar el espacio que habiten los otros y ser ella una mediadora entre la experiencia ajena, que va colándose con la propia. Eso es inevitable. Aunque uno narre historias de otros siempre está narrando algo de sí. Usé esa intermediación también en la construcción de Inés, para que le resonaran esas voces. En la presentación de la novela, leí un cuento de Molina Grande que iluminó mucho. Habla de la nieta de un sastre de toreros que tiene una tienda en Madrid. Está la niña detrás del mostrador, acompañando a su abuelo, cuando entra un torero joven, según dice ella, con la vida cosida a los ojos, con el afán por la vida, con la frente quizás arrugada por el temor y, al mismo tiempo, con la valentía que deberá poner en la arena. El abuelo lo mira de arriba abajo, lo mide y le dice de qué color debe ser el traje de luces: “Para ti, blanco y oro, maestro. Blancos la chaqueta y los pantalones, oro los hilos del bordado”. Entonces el torero repite: “Blanco y oro”. Y él le dice: “Sí, porque los colores oscuros no son para ti; a ti te traerán ruinas, hazme caso”. Luego entra otro torero. El abuelo lo mide con la mirada y le dice: “Para ti, tabaco y negro”. En mi caso, cada vez que aparecía un personaje, trataba de saber qué color le iba, qué tono era el adecuado para que pudiera lidiar con los vaivenes de su vida, con un traje que le quedara bien, con uno que pueda traer ruina o con otro que pueda traer fortuna; y después, de cara al espectador, saber si ese color era el apropiado o si había que cambiar.

- En tiempos de novelas y films que presentan mucha violencia, mal gusto y perversión, su novela se diría “blanca”…

- Yo espero que sea blanca y honda. Intento que haya algo virginal o blanco en la mirada, pero sin huir de los grandes conflictos de la vida. La novela trata también del culto a los muertos; y la dictadura también atraviesa la obra. Pero sí creo que Inés tiene una mirada candorosa, de cierta ingenuidad; no podía lidiar con una voz en primera persona que estuviera de vuelta de todo, que trabajara la sordidez; no está dentro de mi estética. En Lolita, de Nabokov, hay una manera tan extraordinaria de contar la relación incestuosa que me parece de un refinamiento absoluto. Cuando leo a Bukowski no me atrae para nada la fealdad de esas chicas. No me atrae alguien que ha perdido la curiosidad y que, sospecho, ha perdido el deseo.

- El personaje de Inés –a mitad de camino entre narrador y protagonista– está siempre proyectado en otros y en búsqueda.

- Exactamente, es una muy buena lectura del personaje: Inés hace un recorrido parecido a la heroína de las telenovelas. Cuando comienza la historia está frente a una situación muy desafortunada, sin saber quiénes son los otros; a través de las adversidades que se le van presentando y del modo en que las supera, termina conociendo su verdadera identidad y su lugar en el mundo. El inicio es su divorcio; se desencaja, se rompe su ideal romántico y queda como descentrada del mundo.

- Cerca de la alacena…

- Cerca, sí, mirando la alacena; la contemplación de la fiambrera. Es verdad.

- ¿La búsqueda tanto en Italia como en España responde a lo personal o refleja lo que le pasa sociológicamente a media Argentina?

 - Cuando era muy chica no entendía el mutismo, el silencio de los inmigrantes que nunca hablaban de sus padres, de sus hermanos, como si el decir reavivara el dolor para el que no tenían remedio. Porque los inmigrantes que yo conocí no tuvieron la posibilidad de volver, estaban convencidos de que no les era posible regresar a ese mundo que habían dejado atrás. Una vez, una viejecita aragonesa, una de las pocas españolas que había el pueblo y que gustaba visitar la casa de mis abuelos -mi abuelo era andaluz- se presentó, y yo, que tenía 12 o 13 años, empecé a hacerle preguntas. Sin saber lo que eso iba a provocar, le pregunté por su aldea, por su pueblo, por su familia. Después me volví a mi ciudad natal, que queda a 30 kilómetros, y al día siguiente ella volvió a la casa de mi abuelo con cantidad de boletas de un almacén de ramos generales porque por la noche no había podido dormir y con la linterna había ido hasta el taller del marido, y con el lápiz de carpintero había escrito en esos papeles las coplas que ella decía cuando era joven. Una pregunta puede desatar un mundo contenido y ese profundo desarraigo me sigue conmoviendo. En cierto modo, esos jóvenes, esos matrimonios jóvenes que emigraron sin poder volver nunca se convirtieron en una suerte de “desaparecidos”, porque los que quedaron allá nunca más supieron de su vida y, como muertos, están enterrados. Fueron exilios tremendos.

- ¿Es real su origen piamontés y andaluz?

- Tengo más sangre piamontesa que andaluza, pero la pizca andaluza me pegó. Una dosis muy fuerte.

- El final de Nino, cuando muere, ¿se parece a la realidad o es ficción?

- Lo cuidé mucho hasta el día de su muerte y algo que me conmovió fue que cuando se sintió morir dijo: Cara mamma, en italiano. Es verdad que me enfermé y que no pude ir y me dolió mucho, porque lo había llevado a una clínica muy buena. Me ocupé de su entierro, pero en la novela no lo cuento de esa manera sino al revés porque flotaba el tema mítico de si se puede o no enterrar debidamente a los muertos. La dictadura se ocupó de que eso no ocurriera. Ha cometido ese agravio, ese agravio que Antígona trata de reparar. En el pueblo de mi abuelo, como en todos los pueblos del interior, hay  un culto a los muertos; también para los piamonteses es sagrado. Tener una tumba atendida por los familiares, con flores frescas, limpia. A mí, como a Inés, me espantaban los cortejos fúnebres en medio de la ciudad, que una barrera de tren puede cortar su avance, que el cortejo se pierda en el tráfico.

- La figura de la hija está como entre brumas. ¿Por qué?

- No lo sé, la verdad es que no lo sé bien. A veces en los divorcios las madres se aferran mucho a sus hijos y los convierten en vehículo de la queja, de los reproches.

- ¿Moneda de cambio?

- Sí, y me parece que Inés la preserva de eso. Quizás lo más fácil hubiera sido presentar el amor de su hija como un lugar de refugio, pero yo quería que ese personaje estuviera a salvo de los dolores de la madre. Muy interesante la pregunta, pero creo que Lucía tiene una vida propia por fuera de la separación de sus padres.

- Fernando aparece como un tercero casi sustituible en cualquier momento. En realidad no aparenta ser una persona muy importante en la vida de Inés.

- Quizás, pretendí eludir el tema de la queja por el divorcio. Todos los divorcios son igualmente traumáticos y quise evitar que esa mujer se quejara del marido o revisara demasiado las razones por las cuales ya no lo tenía a su lado. Creo que lo que pierde es ese proyecto, esa ilusión del amor para siempre, y por eso Fernando queda más relegado.

- ¿Qué recibiste de tus lectores, por ejemplo, en la presentación de la novela?

- En la presentación hice un comentario sobre cómo había construido la novela, después habló Cecilia Absatz y luego hicimos un montaje escénico con Julieta Díaz. Terminé con esta plegaria a la tía Anica: “Bendita sea  la luz del día / y el Señor que nos la envía. / Gracias te doy, tu merced, / por dejarme vencer / que tan grande es tu poder. / Cúbreme con tu manto y tu Espíritu Santo”. La plegaria termina cuando la Virgen dice: “Vive, sueña, reposa y no tengas miedo de ninguna mala cosa, de ninguna mala cosa…”. Fue recibido por la gente como una especie de bendición de mi tía Anica, que murió a los 100 años y 4 meses, y era soltera. Musitaba y musitaba en la agonía y la vecina que la acompañaba le preguntó por qué tanta oración. Ella le contestó: “Rezo porque cuando muera no tendré quien lo haga por mí”. Fue como una plegaria colectiva. La gente recibía conmovida ese “ninguna mala cosa”; y todos  estaban rezando por ella. Creo que nunca ella pudo imaginar la huella tan fuerte que habría de dejar en la gente: una mujer anónima, muy inteligente, que yo pude llegar a retratar. Mi tía Anica fue una musa inspiradora porque siempre soñé con tener un antepasado que supiese flamenco; bailarlo es una deuda que tengo conmigo que ya no creo que pueda cumplir.

Fuente: Revista Criterio - 

La lectura de este mes: Rosas Colombianas, Ana María Bovo

Todos los jueves de mayo, nos reunimos a leer la primera novela de Ana María Bovo, Rosas Colombianas. Creo que es un momento de placer que disfrutamos las mujeres que integramos esta especie de Club de lectura que es nuestro Taller. Las evocaciones de la narradora nos llevan a nuestras propias evocaciones, casi todas somos coetáneas de la autora y nos reencontramos con momentos de nuestra infancia, adolescencia, espacios de Buenos Aires que recorrimos. Hay una serie de relatos enmarcados y una fuerte oralidad en las voces que van enhebrando esta trama, saltos del pasado al presente, personajes entrañables, extrañas coincidencias y frases que hacen de anclaje de una historia a la otra como quien va diseñando un código del que nos hacemos cómplices. Como si nosotras también estuviéramos siguiendo los capítulos de una telenovela, en el caso de la novela actúa como un constante intertexto "Café con Aroma de mujer", vamos leyendo jueves a jueves parte de la obra recreando el deleite del suspenso, del continuará, propio de las novelas por entrega. Recomendamos su lectura.
Transcribo a continuación una entrevista que le realizara en Página 12 , Silvina Friera.

lunes 16 de junio de 2008

Entrevistas: Ana María Bovo




ENTREVISTA A LA NARRADORA ORAL Y FLAMANTE ESCRITORA ANA MARIA BOVO

“La sencillez es trabajosa”
Su primer libro, Rosas colombianas, está emparentado con el mundo de las telenovelas y tiene un tono que por momentos remite al folletín. Fiel a su vocación narradora, Bovo cuenta que, en el proceso de escritura, se contaba la novela a sí misma.

Por Silvina Friera

En el living de Ana María Bovo no podían faltar las rosas colombianas de color pastel. No son un decorado más en ese departamento de la calle Balcarce, que conserva las puertas y buena parte de los azulejos y cerámicas originales de 1928. Esas rosas, contraseña de las adictas a la telenovela Café con aroma de mujer, que llevaba la heroína, Ga-viota, en su corona de novia, son un elemento clave en la vida de Inés, la protagonista de Rosas colombianas (Emecé), la primera novela de Bovo. “Nunca me había entusiasmado tanto con una telenovela. Durante ocho meses tuve una certeza al despertarme: entre las tres y las cuatro de la tarde iba a sentirme bien”, admite Inés, que prefiere hundirse en el sopor de los cafetales, en un clima de pura ilusión, para desentenderse de las cosas que no funcionan, como su matrimonio. Para esquivar esa tristeza típica de un divorcio anunciado que no se quiere asumir, ella se dedica a solucionar los problemas de su plomero italiano.

Estructurada en tres partes y con un tono por momentos cercano al folletín, la trama invita a sumergirse en tres momentos de la vida de la protagonista marcados por las pérdidas –el marido, la desaparición de su prima Elena– y los viajes a España, donde conocerá a sus tías andaluzas, Emilia y Anica, dos personajes inolvidables que parece que se hubieran escapado de un film de Almodóvar, sobre todo Anica. Aunque dejó de estudiar porque tenía la “inteligencia dormida”, esa anciana de “gracia fina” es una maestra por su manera de hablar, por esa oralidad que es una delicia para el oído de los lectores. “Y ahora vienes tú, como una paloma que trae el olivo en el pico para decirme que yo, del otro lado del mar, también tenía familia”, le dice Anica a su sobrina.

Como si necesitara de la protección y la sabiduría de Anica, a quien conoció realmente en un viaje a España, para esta nueva etapa en la que estrena “tímidamente” el oficio de escritora, Bovo tiene una fotografía de la anciana donde aparece sentada a la mesa de la cocina de la casa de su ama con vestido negro, un mantón de lana y el pelo tirante sujeto en un rodete. Actriz, docente, narradora oral y flamante escritora, con humor zumbón desmiente el mito de lo tenebrosa que puede resultar la experiencia de la escritura. En la entrevista con PáginaI12 cuenta que el proceso de pasar de la oralidad a la letra impresa fue un espacio de felicidad. “Yo tenía entendido que a veces la escritura es muy tortuosa, que la página en blanco genera angustia, pero por recomendación de mi médico salía a caminar tres veces por semana. Al principio me daba pereza, pero aproveché esas caminatas para rumiar la novela en mi cabeza. Primero concebí la estructura y, cuando la armé, supe cómo empezaba y terminaba cada una de las partes que eran bastante autónomas entre sí. Toda la concepción de la novela se dio del mismo modo en que concibo los textos para mis espectáculos”, explica Bovo. “Muchas adaptaciones literarias todavía no las llevé al papel, las sigo teniendo en el disco rígido de mi memoria. Después de rumiarla en silencio, me contaba la novela a mí misma, la decía en voz alta; por momentos la escribía en borradores, a mano, porque no manejo el teclado, y después gracias a mis asistentes, Lourdes y Gabriela, aparecía escrita en la pantalla de la computadora. Luego la imprimía, la corregía, volvía a rumiarla y volvía al papel.”

Bovo, que actualmente está presentando un espectáculo de narración oral, Relatos. Nuevas y viejas historias, en Clásica y Moderna (ver aparte), señala que por su oficio de narradora buscó deliberadamente escribir la novela de esa manera. “Quería conservar para la voz de Inés una impronta fuerte de oralidad, que hubiera más panorama de la acción que panorama de la conciencia, que los personajes se mostraran a partir de lo que hacían y decían, que se presentaran así mismos como se presentan los personajes en el cine.”

–¿Qué fue lo que más le costó en ese pasaje entre la oralidad y la escritura?
–Hacer la mediación, que la novela estuviera bien escrita, preservando la sencillez y la impronta de oralidad. La sencillez fue lo más trabajoso para mí, porque por momentos me tentaba ponerme más compleja. Renunciar a “mostrarse inteligente” me costó un poquito, quizá porque tenía una platea temida de lectores, otros escritores, que a lo mejor podían pensar que simplificaba demasiado la escritura. Pero finalmente me afiancé en algo que a mí me ha dado mucha satisfacción a lo largo de mi trabajo como narradora que es, como dice Truman Capote, “escribir claro como un arroyo que corre por el campo”.

–Además de sus tías andaluzas, ¿qué otros materiales autobiográficos utilizó?
–Yo viajé con mi plomero italiano a Italia para que se reencontrara con su madre; fue un personaje muy entrañable para mí y para mi hija, sólo que cuando vi la telenovela Café con aroma de mujer, él ya había muerto. A partir de experiencias autobiográficas desplegué todo un mundo de ficción que a la vez me otorgó nuevos recuerdos, como si ahora dudara un poquito de la verdad que se puede verificar de la verdad verosímil de la ficción. Cuando un 22 de septiembre de hace veintidós años atrás conocí a mis dos tías andaluzas, no sabía que ahí tenía el germen de una novela ni que iba a ser escritora, si es que me puedo llamar así a partir de esta primera novela. Las rosas colombianas llegaron a mi vida después, un poco a través de la telenovela y de mis visitas al mercado de flores. Yo añoraba mucho las rosas de los jardines de los barrios, o de los fondos de las casas de los inmigrantes, que son unas rosas más desprolijas. Se fueron mezclando vivencias personales con la ficción, y la novela fue adquiriendo autonomía por fuera de mi experiencia personal.

–¿Rosas colombianas es un homenaje a la telenovela?
–No pretendía hacer un homenaje a la telenovela, pero sí quería darle el lugar que tiene en la construcción del ideal amoroso, de los amores para toda la vida. El divorcio de Inés es la ruptura del final feliz que ella esperaba para su vida, de un amor para siempre, y a partir de eso empieza esa travesía en busca de una nueva identidad. No me propuse un homenaje, pero a partir de la energía, de la alegría que me dio a mí Café con aroma de mujer, hay un acto de gratitud hacia esa felicidad de suspender el espacio de la siesta, como dice Cecilia Absatz en su ensayo, dejar atrás el malhumor de los colectiveros, las corridas bancarias y sumergirse en ese lugar de sensualidad y de ensoñación que proponen las telenovelas.

–¿La telenovela es un elemento de socialización entre las mujeres?
–Sí, de empatía, de conversación. Compartir una telenovela es el brote de una conversación. Con Café con aroma de mujer me pasó que la alegría de la protagonista, a pesar de su desventura, me resultaba muy sanadora, como un acto de reparación. Inés hace el recorrido de la heroína de una telenovela porque va superando muchas adversidades y termina sabiendo quién es en el final. Cecilia Absatz dice en Mujeres peligrosas: la pasión según el teleteatro que muchas veces en las telenovelas hay un señuelo amoroso detrás del cual va la heroína, pero que fundamentalmente está conociéndose a sí misma. Inés no quiere renunciar a los finales felices, yo tampoco quería que renunciara...

Bovo confiesa que “tímidamente” empieza a sentirse escritora. “Creo que empecé a serlo hace tiempo, cuando escribía mis propios espectáculos, pero como los iba rumiando en mi cabeza, no les otorgaba entidad literaria. Ver la novela publicada empieza a devolverme la imagen de escritora. Adivino ahí un porvenir interesante. Cuando sea muy mayor y no pueda salir a escena, seguiré escribiendo”, bromea. La tía Anica, que vivió en el pueblo Alsodux y murió a los cien años, se devora literalmente la tercera parte de Rosas colombianas. Bovo recuerda que aunque Anica fue sólo tres meses al colegio, tenía una impronta poética muy arraigada en el decir popular. “La gente te regala unas frases maravillosas, la copla sigue estando a flor de piel, en boca de todos; te sumergís en agua fresca y surge a borbotones lo que ellos llaman la ‘gracia fina’. Las vecinas decían de Anica que era ‘fina como los corales, detallosa como ninguna’. Elaboraban frases con una naturalidad enorme, escuchabas literatura oral todo el tiempo, sin que se propusieran ser inteligentes.”

–Una de esas frases maravillosas que repetía Anica es que tenía “dormida la inteligencia...”
–Ella contaba que la habían retirado de la escuela porque la maestra le había dicho a su patrón que su inteligencia estaba dormida. Anica me preguntaba si creía que la inteligencia podía despertarse alguna vez (risas). Ese encuentro fue muy enriquecedor para mí. Como tengo el entrenamiento de oír, traté mucho de captar desde el oído. Muchas veces me detenía en las puertas de las casas, cuando recorría el pueblo de-sierto a la hora de la siesta, porque las mujeres cantaban mientras lavaban los platos o tendían la ropa. Eran unas voces conmovedoras... Cuando Emilia abría las puertas del cementerio, decía, como Gabi, Fofó y Miliki: “¡Cóomo están ustedeees!...”, esa manera tan festiva de entrar a un cementerio era muy loca y hermosa.

–Se nota en la novela que la relación de sus tías con la muerte es muy natural, no es algo trágico...
–Me fascinó que la muerte fuera como un tránsito más. Había una espera de la muerte que la sobrellevaban no diría con ilusión, sino con mucha naturalidad. La única ambición que tenía Anica era tener una tumba propia, era su único lugar de obstinación, no había tenido casa propia y quería una tumba a estrenar (risas).

Silvina Friera
Fuente: Diario "Página/12"
Todos los derechos reservados
http://www.pagina12.com.ar/